Una diminuta llama
- 2023-02-21 22:24
- ren
“¿Qué es lo que temes encontrar?”
Aquellas palabras resonaban en mi mente mientras me abría camino a través del pantano. Hacía bastante que había dejado atrás el calor y la comodidad de los prados y el terreno resultaba cada vez más difícil de atravesar. Dos de cada cinco pasos que daba veían cómo mis botas se hundían en el barro y en varias ocasiones pensé que me hundiría sin posibilidad de escapar de aquel lugar. Un fuerte olor a agua estancada impregnaba el aire, mientras que los enormes árboles junto al sendero que seguía bloqueaban la luz del sol y los sonidos producidos por criaturas que no podía identificar resonaban las infinitas sombras que me rodeaban.
Pero todo aquello no me importaba demasiado, pues mantenía mi mente ocupada y evitaba que pensara demasiado, como solía ser el caso, vagando hacia un círculo vicioso. Después de todo, ¿qué era exactamente aquello a lo que temía? ¿Era el no encontrar la respuesta que buscaba, o quizás encontrarla y no ser capaz de aceptarla aún así? Había incontables posibilidades y me resultaba imposible poder preverlas todas, así como prepararme para ellas.
Eventualmente llegué a una especie de claro, todavía cubierto por completo por los árboles y tan oscuro como el resto del pantano, si bien algo captó inmediatamente mi atención. Una tenue luz verde brillaba en el centro del claro, proyectando sombras a su alrededor mientras se movía de forma errática de lado a lado. Cuando me acerqué, encontré una pequeña vela no más grande que mi pulgar, ardiendo sobre un antiguo tocón. Miré alrededor, pero no había señal alguna de que nadie hubiera visitado ese lugar antes que yo. Entonces, ¿cómo llegaría la vela hasta allí? Mientras me agachaba y extendía mi mano para coger la vela, sentí que estaba fría. Extremadamente fría. Sin embargo, no era lo único extraño. La siniestra llama verde frente a mí ardía, pero no desprendía calor alguno.
—No debería ser así —susurré.
Todas las hojas alrededor del claro comenzaron a moverse, como si estuvieran dando respuesta a lo que acababa de decir. El pantano temblaba y el aire se volvió frío, haciendo que fuera difícil respirar. Una brisa pestilente me rodeaba lentamente, como un brazo alrededor de mi hombro.
Sin embargo, no podía apartar la mirada de aquella vela. La llama había comenzado a parpadear y consumirse lentamente. Quizás si cogiera algunas de las hojas del suelo podría reavivar la llama, evitar que desapareciera.
—Al fin estás aquí —dijo una voz en mi cabeza—. ¿Pero de verdad hay algo que puedas hacer?
La voz tenía razón. Estaba débil y agotado. ¿Por qué iba a importarme una pequeña llama en medio de ninguna parte? A lo mejor…
—¿… deberías dejarlo estar? —concluyó la voz.
Hacía cada vez más frío a mi alrededor, y el movimiento de las hojas había cesado de manera abrupta. En su lugar, creía poder escuchar una débil respiración proveniente de múltiples direcciones al eje del claro, acechando y acercándose cada vez que la llama parpadeaba.
—Déjalo estar —volvió a susurrar la voz.
Cuando lo hizo, sentí como si una fuerte corriente de aire hubiera soplado la vela, haciendo que lo que quedaba de la diminuta llama verde desapareciera, dejando únicamente una chispa al final de la mecha. Ya no había ninguna luz en el claro y las sombras eran libres para campar a sus anchas, acercándose de modo amenazador.
Rápidamente, comencé a recoger algunas hojas secas del suelo a mi alrededor y a ponerlas junto a la vela. Si perdía aquella chispa no habría forma de restaurar la llama y las sombras tomarían el control. Con cuidado, puse la vela de lado, con la mecha lo más cerca posible de las hojas y suavemente comencé a agitar mi mano desde arriba como si fuera un abanico. Cada vez que lo hacía, la pequeña chispa obtenía brevemente un color más brillante, pero no era suficiente para reavivar la llama. Sin más opciones y sintiendo que me había quedado sin tiendo, cerré los ojos y soplé lentamente hacia la chispa.
Un ligero olor a humo llenó mis fosas nasales y una sensación cálida comenzó a viajar desde la punta de mis dedos hacia el resto de mi cuerpo. Cuando abrí los ojos ya no podía sentir las sombras acechando y, delante de mí, había una llama ardiendo intensamente. No obstante, había algo diferente en ella.
Era la más cálida y brillante llama roja que jamás había visto.