De pesca

  • 2022-01-22 12:10
  • ren

Amanecía. El tenue rayo de sol que se filtraba a través de las cortinas daba a entender que el día comenzaba despejado y Logan se frotaba los ojos mientras bostezaba. Tras unos instantes se levantó de la cama y se dirigió a abrir la ventana para ventilar su habitación. Aunque hubiera preferido seguir durmiendo, sabía que su mejor amigo, Valt, irrumpiría en su casa de un momento a otro y lo arrastraría hasta el río.

Crecieron juntos en la aldea, no en vano tenían la misma edad, y hacía mucho tiempo habían establecido una tradición que respetaban a rajatabla: una vez a la semana, si el clima lo permitiera, acudían al río por la mañana para pescar. Aunque cuando eran pequeños solían emplear gran parte de ese tiempo en bañarse en la fría agua que bajaba desde la montaña, ahora que eran adolescentes disfrutaban de largas charlas mientras esperaban a que algún pez picara el anzuelo.

Su aldea se encontraba al lado del único camino que llevaba hacia el paso entre las montañas, por lo que era muy común ver a viajeros descansando en la posada que, además, solían compartir historias y noticias de diferentes partes del continente. El par de amigos, por su parte, aprovechaba sus mañanas de pesca para comentar todo aquello de interés que hubieran escuchado durante la semana.

Logan comenzó a preparar su desayuno mientras hacía un listado de las cosas que tenía que llevar al río. En ese momento, escuchó la puerta principal de su casa y unos pasos que se acercaban de forma acelerada hasta la cocina.

—¡Buenos días! —gritó Valt.

—Hola —respondió Logan mientras se giraba para recibirle—. Dame un momento y enseguida estaré… listo…

Cuando vio, por fin, a su amigo, la imagen le dejó sin habla: llevaba tres cañas de pescar al hombro, así como dos cestos pequeños atados con una cuerda y otro mayor en las dos manos. Antes de que pudiera decir nada, Valt se le adelantó.

—Vale, ya sé lo que vas a decir: ‘¡si nunca pescamos casi nada, ¿por qué llevas tantas cosas encima?!’ ¡Pero me he levantado esta mañana con el presentimiento de que hoy va a ser nuestro día!

Había aprendido hacía años a no intentar llevar la contraria a Valt cuando tenía uno de sus “presentimientos”, así que Logan se limitó a llevarse las manos a la cara y suspirar. Cuando terminó su desayuno, fue a recoger su caña y ambos partieron hacia el río.

Todavía era temprano y los caminos estaban desiertos. Tardaron aproximadamente media hora en llegar hasta la ribera, tiempo que aprovecharon para admirar el bosque que los rodeaba y en el que empezaba a observarse la actividad silvestre propia de la zona.

El río tenía una anchura de al menos seis metros y poca profundidad, la justa para llegar a la altura de la cintura a alguien de estatura media. Dado que se encontraban en un terreno plano, no había mucha corriente, por lo que era un lugar muy popular entre la gente de la aldea para refrescarse. Valt soltó todo lo que llevaba encima y comenzó a desprenderse de su ropa.

—Hace tan buen tiempo que sería un delito no aprovechar para darse un chapuzón, ¿no crees? —preguntó.

—Ya no somos críos, ¿recuerdas? —respondió Logan.

—Tampoco somos adultos aún —le recordó Valt—. ¿Qué hay de malo en disfrutar de estos momentos mientras duren?

Cuando se hubo quedado en ropa interior, se dirigió hacia el agua. Mientras tanto, Logan estaba de espaldas al río preparando el primer anzuelo que lanzaría. Podía oír cómo su amigo chapoteaba a medida que se metía en el agua. Tras unos instantes, el sonido del chapoteo cesó abruptamente.

—No me digas que te has congelado —preguntó Logan, sin girarse, mientras se reía.

—Creo… —comenzó Valt—. ¡Creo que hay un cocodrilo!

Logan echó a reír aún más fuerte mientras oía cómo su amigo chapoteaba, a gran velocidad, de vuelta a la orilla.

—No digas tonterías —dijo Logan, girándose lentamente—. ¿Cómo va a haber un cocodrilo aqu–? ¡¿POR TODOS LOS ELEMENTOS, QUÉ HACE UN COCODRILO AQUÍ?!

El magnífico ejemplar debía medir dos metros y, sin duda alguna, estaba persiguiendo a Valt.

—¡¡¡Y YO QUÉ SÉ!!! —gritó Valt mientras corría en su dirección.

—¡¡¡PERO NO LO TRAIGAS AQUÍ!!! —gritó Logan de vuelta, sin saber qué hacer.

—¡¡¡SI TE PARECE ME PARO A TOMAR EL TÉ CON ÉL!!!

Ambos amigos echaron a correr en dirección al camino que les había traído hasta aquí. Valt, aún en ropa interior, miró a Logan.

—Vale… vale… vale… que no cunda el pánico.

—¡¿QUE NO CUNDA EL PÁNICO?! ¡¿TÚ HAS VISTO EL TAMAÑO QUE TIENE?! —le respondió Logan.

—¡CLARO QUE LO HE VISTO, CASI ME COME! —le gritó Valt.

Tras unos instantes llegaron hasta el camino.

—Tengo una idea —dijo Valt mientras intentando recuperar el aliento—. Deberíamos correr en direcciones opuestas, ¡estoy seguro de que eso le confundirá y simplemente nos dejará en paz!

Logan asintió levemente.

—Está bien, a la de tres. Una… dos… ¡tres!

Cada uno de ellos echó a correr en una dirección del camino. Tras unos metros, Logan echó la mirada atrás y se dio cuenta de que el cocodrilo no le estaba persiguiendo. En su lugar, se había encariñado de su amigo Valt.

—¡¡¡PERO POR QUÉ ME SIGUE A MÍ!!! —pudo oír en la lejanía.

—¡Intenta darle esquinazo y vuelve a la aldea, yo avisaré a los guardianes! —le gritó Logan.

—¡PARA TI ES FACIL DECIRLO! —gritó Valt, mientras se alejaba.

Aunque a Logan le costara reconocerlo, Valt era mucho más atlético que él, por lo que no creía que tuviera dificultades para darle esquinazo al cocodrilo.

Tal como le había anunciado a su amigo, volvió a la aldea e informó a los guardianes del suceso. No mucho más tarde, mientras se encontraban a la entrada a punto de salir a buscar a Valt, Logan vio una figura oscura acercarse. Era Valt. Completamente cubierto de barro. Logan no pudo evitar soltar una carcajada y se disponía a hacer un comentario, cuando su amigo levantó la mano.

—Ni una palabra —dijo Valt—. No quieres saber lo que he tenido que hacer para perderlo de vista.

—Oh, ya lo creo que quiero saberlo —se rió Logan—. Es más, seguro que tu épica historia tendría gran acogida en la posada.

—Cállate —respondió Valt, riéndose también.

Ambos amigos decidieron irse a descansar (y bañarse) y que irían a por las cosas que dejaron a la orilla del río en otro momento, acompañados por un par de guardianes por si el cocodrilo volvía a aparecer.