Estoy aquí

  • 2023-12-12 20:04
  • ren

El frío viento invernal continuaba soplando a medida que avanzaba por las desérticas calles de la ciudad. Las únicas personas que permanecían a la intemperie aquella noche eran aquellos que llegaban tarde a sus respectivas reuniones familiares. E incluso ellos desaparecían rápidamente dentro de uno de los múltiples edificios de apartamentos, tan repentinamente como habían aparecido. Algunos, principalmente parejas, incluso discutían por haber tardado demasiado en prepararse, o por no haber podido encontrar un lugar para aparcar más cerca de su destino.

La campana de una iglesia sonaba en la distancia, aunque no necesitaba contar las campanadas para saber que ya eran las diez en punto. Mientras que la gente corría a pasar la noche con sus familiares o seres queridos, él estaba haciendo justo lo contrario. Una pequeña discusión, si es que se la podía llamar así, bastó para que saliera huyendo hacia el frío abrazo de la noche en busca de aire fresco y espacio para pensar. Las celebraciones de la temporada siempre le habían resultado algo complicadas, pero nunca esperó explotar de aquella manera. O decir las cosas que había dicho.

Tras caminar durante varios minutos, sus pasos le llevaron a un parque cercano, tan vacío como las calles. Entró en el pequeño área de niños y se sentó en uno de los columpios. Dando un fuerte suspiro, cerró los ojos y comenzó a pensar en qué haría a continuación. La carga que suponía intentar complacer a todos pesaba sobre su conciencia, a veces más de lo que debería. Las cosas eran más sencillas de niño.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de unos pasos acercándose por detrás. Después de todo este tiempo, debió imaginar que su hermano sabría dónde ir a buscarlo. Solían pasar mucho tiempo juntos en ese parque cuando eran jóvenes y siempre le proporcionaba un lugar tranquilo en el que pensar sin ser molestado, especialmente tras la puesta del sol cuando todos los niños habían vuelto ya a sus hogares.

—Te dije que quería estar solo —dijo. Se dio la vuelta esperando ver a su hermano pero, en su lugar, se encontró una figura femenina de pie frente a él. A pesar del abrigo de invierno y de la bufanda de lana que la había visto usar en tantas ocasiones, era obvio que el resto de su ropa no era lo suficientemente abrigada para el clima en el que se encontraban—. Deberías estar en casa con tu familia.

—Tú también —respondió ella.

Frotando sus manos en un intento de calentarlas, se acercó y tomó asiento en el columpio de al lado. Sin mediar palabra, comenzó a balancearse hacia delante y hacia atrás, apenas moviéndose del sitio. Al mirarla bajo la tenue luz de las farolas, no pudo evitar recordar el precioso color de sus ojos reflejando la luz del sol del verano.

Pensándolo bien, no se conocían desde hacía tanto tiempo, pero siempre pensó que había algo especial en ella. Una especie de aura que le transmitía calma cuando estaba cerca, incluso después de todo lo que había pasado. Sabía que podía confiar en ella, pero al mismo tiempo sentía que, al hacerlo, estaría colocando una carga sobre ella. Una carga que le correspondía a él.

Aún así, por algún motivo ella había abandonado su propia reunión familiar para salir en su busca en aquella fría noche.

Dejó de balancearse y, suavemente, cogió la mano con la que él estaba agarrando su columpio.

—No tienes por qué contármelo si no quieres. Sólo quiero que sepas que estoy aquí para ti —dijo ella.

Y así, sin más, todas sus defensas, las paredes que había aprendido a levantar para protegerse a sí mismo, se derrumbaron. Sólo hicieron falta unas palabras para cambiar todo su mundo. Ella nunca necesitó más.

Soltando su mano, él se levantó y dio un par de pasos hacia delante, intentando no mirarla. Quería gritar, llorar, soltarlo todo. Pero, más que nada, quería que ella lo consolara, y eso le avergonzaba. ¿De verdad podía pedir tal cosa? ¿Acaso lo merecía?

Entonces, se dio la vuelta. Antes de que pudiera decir nada, sintió un par de brazos que lo rodeaban con ternura. En silencio, ella reposaba su cabeza contra su pecho. Tras unos momentos, él también la rodeó con sus brazos mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos.

—Estoy aquí —dijo ella.