Tren de medianoche

  • 2022-09-20 19:15
  • ren

Me despertó un anuncio del conductor del tren.

—Damas y caballeros, son las doce en punto. Este será el último anuncio del día. Esperamos alcanzar el punto medio de nuestro viaje alrededor de las siete y media de la mañana. Por favor, disfruten de su noche y gracias por viajar con nosotros.

Respirando hondo, me incorporé y me senté en el filo de la cama. Mi cabina estaba completamente a oscuras, excepto por alguna que otra luz ocasional procedente de la ventana. Habían pasado más de dos horas desde que había vuelto para echarme y, afortunadamente, la migraña que había estado padeciendo por la tarde parecía haber disminuido.

Cuando era joven solía decir que disfrutaba viajando en tren: sentir el movimiento sobre los raíles, apreciar los increíbles paisajes pasando por la ventana, disfrutar de la atmósfera general en un tren. Sin embargo, viajar debido al trabajo suele ser una experiencia completamente diferente. La emoción se ve reemplazada por agotamiento, especialmente considerando los frecuentes viajes a lo largo y ancho del país, donde uno sólo obtiene breves momentos de respiro.

Tras encender la pequeña lámpara al lado de la cama, abrí la puerta que llevaba al pequeño baño incrustado en la habitación y me lavé la cara en el lavabo. Mi mente divagó, recordando cuando la conocí ese mismo día en el coche restaurante. Estaba sentada sola al lado de una ventana, su pelo castaño atado por un lazo azul oscuro, y sus ojos azules cautivados por el libro que estaba leyendo, únicamente apartando la mirada para tomar un sorbo de la taza de café que tenía delante.

En una de esas ocasiones, me vio sentado en la mesa opuesta, con mi propia taza de café. Guardó su libro y me pidió que la acompañara en su mesa, diciendo que estaría bien tener a alguien con quien conversar, pues había leído aquel libro al menos cien veces. Acepté y me senté frente a ella. Compartimos el motivo de nuestros respectivos viajes: le expliqué que viajaba por trabajo y ella me dijo que iba a visitar a un pariente. Hablamos de a qué nos dedicábamos, qué nos gustaba hacer en nuestro tiempo libre. Hablamos de numerosas cosas durante horas y horas. Estaba sorprendido de mí mismo, del hecho de sentirme tan cautivado por alguien a quien acababa de conocer.

A media tarde comencé a sentir migraña y me excusé, muy a mi pesar.

—Ojalá pudiera haber seguido hablando con ella un rato más, —dije mientras me secaba la cara.

Siendo medianoche, el servicio de cena ya habría terminado y la mayoría de la gente ya habría vuelto a sus respectivas cabinas. Pero me pregunté si ella todavía estaría en el coche restaurante. Me cambié de ropa y, tras cerrar mi puerta con llave, me dirigí hacia el coche. Me sentía nervioso y un poco estúpido. ¿Qué esperaba que pasara? ¿Qué pensaba decir si la encontraba allí cuando llegara?

El camino hacia el coche restaurante nunca había parecido tan largo. De hecho, parecía demasiado largo. Sólo había tres coches entre el mío y el restaurante, pero claramente ya había cruzado cuatro coches. Además, habían comenzado a tener la misma apariencia, a pesar de que la compañía de tren siempre se aseguraba de alternar algunos elementos decorativos entre los diferentes coches. Pensando que me había equivocado, continué, pero pronto vi que no se trataba de un error, cuando el número de coches había superado el número total de coches que componían el tren.

—¿Qué demonios? —dije.

De repente, escuché una voz detrás de mí.

—Todos estamos atrapados por nuestras propias decisiones.

Me giré y la vi, con su vestido verde y su libro en la mano. Tenía una expresión vacía.

—¿Q-Qué? ¿A qué te refieres? ¡¿Qué está pasando?! —pregunté.

—Palabras que nunca se dijeron. El arrepentimiento de una mala elección. La sombra detrás de la mente de cada uno: “¿qué pudo haber sido?” —caminó lentamente en mi dirección hasta que estuvo de pie delante de mí, su mirada fija en la mía—. Y entonces corremos, huimos de esa voz que añora algo que nunca podremos obtener, —susurró.

Sentí un escalofrío e instintivamente me di la vuelta y eché a correr. Respiraba agitadamente, atravesando a toda velocidad los coches por los que acababa de pasar, en un desesperado intento de volver a mi propia cabina. En el camino, me percaté de que varias puertas a cabinas ajenas estaban abiertas y pude vislumbrar la gente que había dentro. Todos lloraba, sus miradas fijas en algo: un anciano sentado en una silla, observando la vieja fotografía que sostenía en sus manos; una mujer joven, arrodillada y apoyada sobre su cama, donde yacían varias cartas rotas; un niño acurrucado en su cama, abrazando a su oso de peluche.

Ninguno de ellos reparó en mí mientras pasaba de largo y a cada coche que cruzaba, podía ver escenas similares. Sin embargo, no importaba cuánto corriera. No era capaz de alcanzar mi cabina, al igual que no había podido alcanzar el coche restaurante. Tras diez coches, me detuve exhausto.

Jadeando fuertemente, miré a mi alrededor y, una vez más, la vi frente a mí. Esta vez me dio la sensación de que tenía una expresión más sombría.

—¿Cómo has-?

—Es inútil, —dijo ella—. No puedes huir de ti mismo.

Esta vez, miró brevemente detrás de mí y comenzó a caminar hacia atrás, hasta atravesar la puerta que llevaba hasta el siguiente coche. Confuso, me di la vuelta y vi cómo las luces del coche parpadeaban, mientras comenzaban a extinguirse una a una, comenzando por la parte más lejana del vagón. Era como si una fría sombra viniera a por mí.

Comencé a correr en la dirección que ella había seguido. Cuando abrí la puerta hacia el siguiente vagón, me encontré fuera del tren, en la parte posterior. Podía ver los raíles frente a mí, pero ningún tipo de suelo bajo ellos. Estaba atrapado. Fuera lo que fuese lo que me estaba persiguiendo y engullendo las luces del tren, pronto me alcanzaría y ya no tendría dónde huir.

—Elige, —susurró una voz en mi mente.

Dudando, miré detrás de mí. Ya no quedaba ninguna luz en el tren. Me había quedado sin tiempo, así que hice mi elección y salté fuera del tren.


Me desperté en mi habitación de hotel, completamente empapado en sudor y respirando agitadamente. Nunca había tenido un sueño tan vívido.

Caminé hacia la ventana y abrí las cortinas. Todavía era temprano, por lo que no había mucho tráfico en las calles.

—Ah, es verdad, —pensé—. Hoy es sábado.

Mientras me daba una ducha, seguía pensando en aquel sueño, ¿o era una pesadilla? Quizás el trabajo al fin había comenzado a hacer mella en mí. Me gustaba pensar que podía enfrentarme al mundo si fuera necesario, pero a menudo olvidaba que todo el mundo tiene sus límites. Incluido yo.

Eran las ocho en punto, así que decidí ir al restaurante del hotel para tomar el desayuno. Un camarero me recibió en la entrada y me acompañó a una mesa libre antes de preguntarme si querría tomar café. Acepté su oferta y se dirigió a la cocina a por la cafetera.

Mientras esperaba, eché un vistazo a mi alrededor y vi a una mujer con un vestido verde y un lazo azul oscuro en la cabeza, leyendo un libro junto a la ventana.