Piezas del puzle

Todas las piezas yacen ante mí. Un rompecabezas infinito que ha estado ahí desde que tengo memoria.

Algunas partes son bastante fáciles, como si cada pieza estuviera pidiendo ser puesta al lado de sus hermanas, una tras otra. Las escenas que conforman esas piezas suelen parecer familiares, naturales, como si siempre hubieran estado destinadas a ser así. Como si siempre debiera haberlas visto y, al hacerlo, se desencadenaran múltiples emociones en mi mente: la mayoría de alivio o felicidad, mientras que otras poseen un matiz de tristeza y pérdida. Aún así, no querría que fueran algo distinto a lo que son.

Sin embargo, a veces me encuentro con algunas piezas que me son completamente desconocidas. No importa cuánto mire, no soy capaz de identificar el patrón, las formas, los colores, las escenas. Me pregunto si, quizás, no pertenecen a mi puzle, o peor, pertenecen pero nunca seré capaz de colocarlas. Así que las aparto, esperando un golpe de inspiración que nunca llega.

A medida que pasa el tiempo, esas piezas empiezan a apilarse como una montaña, creciendo fuera de mi control. De vez en cuando solía mirar en la pila, pero mis esfuerzos siempre eran en vano. Era abrumador. Por eso decidí ignorar aquellas piezas, ocultándolas en un oscuro rincón de mi mente. “Después de todo, no las necesito. Estoy contento teniendo únicamente el resto del puzle,” solía decirme a mí mismo.

Mentiras.

No importa cuánto trate de ignorarlas, en el fondo sé que me molesta. Un recordatorio de mi fracaso.

Pero últimamente algo ha cambiado. La pila, antaño titánica, parece no crecer más. De hecho, tengo la impresión de que su tamaño ha disminuido, con piezas que desaparecen. Y donde antes el puzle presentaba huecos, vacíos de todo color, han empezado a aparecer formas, como si alguien hubiera estado colocando lentamente las piezas que yo nunca pude manejar.

Observo en silencio, preguntándome quién haría algo así. Y, más importante, ¿por qué?

Es entonces cuando reparo en ello. Dos manos, cogiendo pieza tras pieza con delicadeza y colocándolas cuidadosamente en el lugar exacto en el que pertenecen, sin ningún tipo de dubitación.

Y así me doy cuenta de que aquellas piezas también estaban hechas para mi puzle. Pero quizás no era yo el que debía colocarlas.