Robo del navegante

Daba la medianoche. La mayoría de los ciudadanos estaban ya durmiendo en sus casas y, aquellos que no lo estaban, pasaban su tiempo en alguna de las muchas tabernas que se encontraban por toda la ciudad. Los guardias llevaban a cabo sus rondas diligentemente en los distritos, aliviados al ver que su noche sería tranquila y sin acontecimientos, lo que les permitiría disfrutar de la cálida brisa que hacía que trabajar de noche fuera mucho más tolerable.

La ciudad de Morese había sido construida en lo alto de una isla que había sido separada del continente por el mar en el transcurso de milenios. Ahora, alrededor de trescientos metros de agua se interponían entre ambos territorios, actuando como una barrera natural. Aunque este agua era navegable, la mayoría de la gente accedía a la ciudad por medio de los numerosos puentes que habían sido construidos para facilitar el comercio. Dichos puentes se alzaban sobre el nivel del mar para permitir que pequeños barcos pudieran navegar por debajo y llegar a mar abierto.

Tres guardias caminaban tranquilos por una calle cercana a la fortaleza del lord con sus antorchas en la mano.

—Ah, esto es vida —dijo uno de ellos—. Nos pagan extra por paseando por la ciudad con este tiempo tan agradable.

—Tío, no estamos “paseando” por la ciudad. ¡Estamos patrullando! —respondió otro.

—Sí, claro. Como si fuera a ocurrir algo verdaderamente impresionante esta noche. Al igual que la noche anterior. O la noche anterior. O– —dijo el primero.

—Para ya, lo hemos entendido.

—Yo solo lo digo —continuó el primero—. La única acción que hemos visto últimamente ha sido una pelea en una taberna. Aunque tengo que decir que aquel hombrecito daba buenos golpes.

Continuaron caminando en dirección a su siguiente área asignada mientras hablaban de la pelea hacía unos días atrás. A medida que se alejaban, la calle se oscureció, iluminada únicamente por la débil llama de las farolas distribuidas por la calle. Cuando los tres guardias hubieron desaparecido por completo, tres figuras encapuchadas emergieron de un callejón y rápidamente cruzaron la calle hacia otro callejón. Moviéndose como sombras, navegaron las calles oscuras, evitando a todos los guardias estacionados por la ciudad.

—Bien, ahora viene la parte fácil —dijo Nathan. Estaba observando desde una esquina cómo otra patrulla abandonaba la siguiente calle que tenían que cruzar.

—¿Te refieres a cruzar media ciudad sin ser vistos? —respondió Lysanna.

—Visto así… —el hombre se giró para ver a sus compañeras.

—Al menos aún no se han dado cuenta, por lo que no nos estarán buscando —dijo Rin. Estaba mirando detrás de ellos, preocupada por si alguien les hubiera estado siguiendo.

—¿Ves, Lys? Rin me entiende. ¡No hay nada de lo que preocuparse! —se rió Nathan.

En ese momento, unas fuertes campanadas empezaron a resonar por toda la ciudad.

—¿Decías? —dijo Lysanna. Aunque llevaban capuchas, Nathan podía percibir perfectamente el sarcasmo en su mirada.

—Maldita sea —respondió él—. Démonos prisa.

La sutileza y el sigilo quedaban descartados, por lo que su única opción era intentar llegar al puerto lo más rápido posible. El grupo comenzó a correr por los callejones, pasando al lado de guardias que no pudieron seguirles el ritmo por el laberinto the callejuelas.

Aprovechando su destreza física, Lysanna se acercó hasta Nathan y corrió a su lado.

—Refréscame la memoria, Nate. ¿Por qué aceptaste este trabajo?

—Oh, ya me conoces. Pensé que sería divertido —consiguió decir él mientras jadeaba. En momentos como éste sentía envidia de la resistencia de su compañera—. ¡Quizá incluso daría para compartir alguna historia en la taberna con una bebida!

—… Si salimos de esta ciudad con vida, definitivamente voy a acabar contigo —dijo Lysanna mientras miraba al rostro cubierto de Nathan.

—Venga, ¿qué es la vida sin un poco de emoción? —se rió él.

—¡Estás disfrutando esto mucho más de lo que deberías! —les gritó Rin desde detrás.

Tras varios encuentros, en muchos de los cuales vieron a Nathan chocarse de bruces y sin querer con grupos de guardias antes de continuar su carrera, el trío llegó a la plaza central de la ciudad. No parecía que los guardias hubieran llegado a esa parte de la ciudad todavía, por lo que Nathan se detuvo para intentar recuperar su aliento. Había sido día de mercado y muchos de los puestos, aunque vacíos, se encontraban todavía por la plaza, sirviéndoles de cobertura.

—No podemos quedarnos aquí, nos alcanzarán de cualquier momento —dijo Rin. Estaba jadeando agachada.

—Es verdad, estamos demasiado expuestos. Movámonos —respondió Lysanna, dando una pequeña patada a Nathan, que estaba tumbado en el suelo.

Casi habían llegado al puerto, donde el resto de sus compañeros estarían esperando para llevar a cabo una huida rápida. Cuando los tres estaban a punto de echar a correr de nuevo hacia una de las cinco salidas de la plaza, vieron que un grupo de guardias esgrimiendo sus espadas formaba una barrera infranqueable en la salida hacia la que se dirigían. Girándose para comprobar las otras salidas, Lysanna vio que cada una de ellas estaba siendo bloqueada de manera similar. Aunque había una distancia considerable entre ellos y los diferentes grupos de guardias, estaban atrapados.

Sin mediar palabra, las tres figuras encapuchadas formaron un círculo espalda con espalda. Nathan levantó sus puños delante de él y adoptó la postura de lucha que tantas veces había empleado en el pasado, con la precisión que sólo años de experiencia podían ofrecer. Lysanna se agachó, preparada para saltar sobre cualquiera que se atreviera a acercarse, y en su mano blandía una de sus dagas de forma invertida. Rin también adquirió una postura de lucha, con su mano izquierda delante de ella y su mano derecha extendida hacia atrás, y había empezado a murmurar algo.

De repente, una voz resonó por la plaza.

—Nathan Greycedar. Rin Silversong. Lysanna Darkblade. ¡Quedáis arrestados por el robo de varios artefactos valiosos de las cámaras del lord! —gritó la voz. Parecía ser un oficial de alto rango que había avanzado unos pasos desde uno de los grupos de guardias en la dirección en la que Nathan estaba mirando.

—Espera, espera, espera —susurró Nathan a sus compañeras, sin moverse—. ¿Varios artefactos? ¡Si solo hemos cogido un libro! O… ¿Lys?

—¿Qué puedo decir? —se rió Lysanna mientras agitaba su bolsa —. Fuerza de la costumbre.

El oficial continuó su discurso.

—¡Escuchad bien, hombres! ¡Recordad bien esta noche, pues los guardias de Morese han capturado al Luchador Carmesí, la Tempestad Argenta y a la Sombra Azur! ¡Esta noche, habéis hecho que el reino de Nyth esté orgulloso!

Se podían escuchar fuertes vítores por toda la plaza y los habitantes de la ciudad habían comenzado a asomarse por sus ventanas, preguntándose cuál sería el motivo de tanto alboroto.

—Nunca me cansaré de escuchar esos motes —sonrió Nathan. Miró ha Lysanna y Rin por encima de su hombro. Rin todavía estaba murmurando algo en voz baja—. Supongo que intentaré ganar algo de tiempo.

Nathan relajó su cuerpo y dio unos pasos al frente mientras aplaudía lentamente. Los vítores de los guardias comenzaron a disiparse, hasta que únicamente se oía su aplauso.

—¡Bravo! —exclamó mirando en la dirección del oficial—. ¡Un trabajo impecable, sin duda! Nos encantaría quedarnos a celebrar, pero vamos algo justos de tiempo. Así que, ¿por qué no nos dejáis pasar y emprenderemos nuestro camino?

—¡No iréis a ninguna parte, criminal! ¡Seréis encarcelados y colgados delante de todo el mundo! —gritó el oficial.

Los guardias empezaron a celebrar de nuevo. Nathan se encogió de hombros y se dio la vuelta, volviendo hacia sus compañeras.

—Al menos lo has intentado —dijo Lysanna—. Necesitamos escapar hacia nuestro segundo punto de encuentro y mandar una señal a Tytus sobre el cambio de planes. ¿Rin?

—Estoy lista —respondió ella. Entonces, lentamente comenzó a extender su mano derecha hacia el cielo nocturno, su capa hondeando en el viento.

—Creo que aquel grupo con nuestro valiente oficial es nuestra mejor opción. Están relajados, así que será fácil escabullirse de ellos —dijo Nathan.

Una vez más, las celebraciones de los guardias empezaron a desaparecer, mientras se preguntaban por lo que los tres ladrones estaban a punto de hacer. Habían sido atrapados. No tenían dónde huir. Así que, ¿por qué no mostraban ningún tipo de preocupación? En su lugar, habían dejado sus posturas de combate y simplemente estaban de pie en medio de la plaza, esperando algo.

—Tapaos —dijo Rin a sus amigos.

Cuando su mano derecha hubo alcanzado lo más alto, a su alrededor comenzaron a brotar pequeñas chispas que danzaban a su alrededor. Con un movimiento elegante, chascó los dedos y las chispas ascendieron hasta el cielo hasta que, de repente, produjeron una fuerte explosión que cubrió el área a su alrededor de un intenso blanco ardiente.

Todos los que se encontraban en la plaza quedaron en estado de shock, cegados por el estallido de luz. Todos, menos las tres figuras encapuchadas, que habían comenzado a correr hacia una de las salidas donde algunos guardias habían caído al suelo, incluido el oficial, que intentaba desesperadamente cubrir sus ojos. Justo cuando pasaron a su lado, la luz se desvaneció, pero aún tardarían un tiempo en recuperar su visión y continuar su persecución.

Una vez el grupo hubo abandonado la plaza, dieron un giro. En vez de correr hacia el puerto, su plan original, su destino era ahora uno de los puentes que conectaba la ciudad con el resto del continente.

—¿He dicho alguna vez que adoro tu magia elemental? —dijo Nathan a Rin.

—Deberías decirlo más a menudo —se rió Rin.

Aunque su conjuro les había permitido escapar de aquella situación, seguramente también hubiera alertado al resto de los guardias de la ciudad. Eso significaba que no tenían mucho tiempo antes de ser encontrados de nuevo.

Tras lo que parecieron minutos sin fin, llegaron al largo puente de piedra que llevaba al continente. Como era de esperar, un gran grupo de guardias había levantado una barrera y bloqueaba el otro lado del puente. Eventualmente, sus perseguidores también les dieron alcance y bloquearon el lado por el que habían llegado, dejando al trío atrapado en medio del puente. El oficial apareció de nuevo de entre sus tropas, mostrando una aparente cara de enfado. En esta ocasión no hubo discurso. Sabía de lo que eran capaces sus enemigos y no se arriesgaría a perderlos de nuevo. En su lugar, hizo una señal con la mano y los guardias comenzaron a avanzar lentamente.

—Directo al grano, ¿eh? Me gusta —dijo Lysanna.

Entonces, se subió al borde del puente, mirando hacia afuera, y cerró los ojos. Se concentró en todos los sonidos a su alrededor: la respiración de sus amigos, el sonido metálico de espadas siendo desenvainadas, los pasos de incontables guardias en el camino de piedra. Ninguno de aquellos sonidos eran lo que estaba buscando, así que los descartó. Siguió concentrándose: podía oír la brisa a través de los agujeros a los lados del puente, las hojas moviéndose en el bosque cercano, algunas aves nocturnas acercándose a observar la escena desarrollándose en el puente. Todavía no era lo que estaba buscando. Una vez más, se concentró, pero esta vez no pudo oír nada: todo a su alrededor había dejado de existir y sólo quedaba el vacío.

Lysanna respiró profundamente y poco a poco levantó su capucha, revelando su corto y brillante pelo castaño, acentuado por la luz de la luna. Giró la cabeza a los lados lentamente, aún con sus ojos cerrados, como si estuviera buscando algo. Y lo encontró. Un nuevo sonido había aparecido: un ligero zumbido que se acercaba a cada segundo que pasaba. Lysanna sonrió y abrió sus profundos ojos azules.

—Vamos allá —se limitó a decir antes de dar un paso al frente y saltar del puente.

Nathan y Rin intercambiaron una breve mirada y la siguieron saltando por encima del lateral del puente.

Los guardias se detuvieron. Aunque el puente era solo lo suficientemente alto como para permitir a pequeños barcos pasar por debajo, nadie podría sobrevivir a la caída. Algunos de ellos se acercaron al borde y empezaron a mirar hacia abajo. Aunque era difícil distinguir el mar por la noche, la luna les permitió conocer qué había sucedido a los tres ladrones, dejándoles sin habla.

Una pequeña embarcación navegaba hacia mar abierto, alejándose del puente. Parecía como si se hubiera colocado una red entre el mástil principal y la parte trasera del barco y, sobre la red, tres figuras estaban tumbadas de forma relajada despidiéndose con la mano.

Tras ver esto, el oficial envainó su espada y, con expresión sombría, comenzó a caminar hacia la ciudad.


Nathan y Rin comenzaron a descender de la red que había detenido su caída y fueron a unirse a Lysanna en cubierta, mientras hablaba con el capitán del navío.

—Llegas tarde, Tytus. Estaba empezando a pensar que no habías visto nuestra señal —dijo ella.

—Oh, ya lo creo que la he visto —respondió el hombre—. Simplemente tenía que dar un rodeo y visitar los muelles donde los barcos de la guardia estaban anclados.

Mientras se acercaba, Nathan levantó su capucha, mostrando su pelo rojizo y barba recortada.

—¿Qué has hecho? —le preguntó.

—Medidas de precaución —dijo Tytus, riéndose—. Digamos que van a tener complicado el seguirnos por el momento.

—En general diría que ha ido bien, ¿verdad? —dijo Rin. También había levantado su capucha, soltando su largo cabello plateado —. ¿Cómo está María?

Como si fuera una respuesta a su pregunta, los cuatro escucharon unos pasos ligeros acercarse rápidamente desde el camarote debajo de ellos, hasta que una puerta se abrió de golpe y una pequeña figura corrió por los pocos escalones que había esta el timón donde estaban conversando. La pequeña niña, que cumpliría los diez años en un par de semanas, se parecía a Rin en muchos aspectos, especialmente en el color de su cabello.

—¡Hermana, habéis vuelto! —gritó María a la par que saltaba para abrazar a Rin —. ¡Quiero que me lo cuentes todo, no te olvides de ningún detalle!

—Creía que habíamos acordado que te acostarías hacía un buen rato —la regañó Rin mientras acariciaba su cabeza.

—¡Pero quería esperar a que regresarais y oír hablar de vuestra misión! —respondió María—. ¿Casi os atrapan por culpa de Nathan?

—También me alegro de verte, pequeña —dijo Nathan sonriendo a la par que daba pequeñas palmaditas en su hombro.

—Oye María, he traído algo para ti. Un regalo de cumpleaños adelantado —dijo Lysanna. Empezó a rebuscar en su bolsa y sacó un pequeño sextante, adornado con detalles dorados—. Espero que te guste.

María lo cogió cuidadosamente y lo observó maravillada. Entonces abrazó a Lysanna.

—¡Me encanta! ¡Gracias, Lys! —exclamó mientras se dirigía a estribor y comenzaba a mirar las estrellas a través del sextante.

El resto se dio la vuelta y dirigieron sus miradas hacia Morese, que desaparecía lentamente en el horizonte. Tytus se acercó al timón.

—Bien, volvamos a casa —dijo.