El bazar del desierto

Lo único que podía recordar era haber estado caminando durante mucho tiempo, sin saber cómo había llegado hasta allí, ni como iba a volver a casa. Sin embargo, había algo extrañamente familiar en aquel bazar, aunque no sabía exactamente el qué. Me senté al borde de la fuente en la plaza principal y observé a la gente a mi alrededor: vivían sis vidas con calma, sin mostrar ningún tipo de preocupación. Algunos tenían las manos llenas con las cosas que habían comprado, mientras que otros se limitaban a ver lo que había en cada puesto.

Alguien se detuvo a mi lado y pude notar que me estaba inspeccionando.

—¿No tienes calor con esa ropa? —preguntó.

Tenía razón, ¿cómo no me había dado cuenta antes? La ropa de invierno que llevaba puesta estaba lejos de ser adecuada para aquel clima desértico y el hecho de que estuviera empapado en sudor me había pasado desapercibido hasta ese momento. Me quité el abrigo y jersey de lana para quedarme en camiseta y los puse a mi lado. Pensándolo bien, ni siquiera sabía por qué llevaba esa ropa, así que decidí dejarla allí en vez de cargar con ropa tan pesada.

Pasaba el tiempo y el bazar se llenaba de gente, algunos caminando de un lado a otro, todos hablando al mismo tiempo haciendo que fuera imposible discernir lo que estaban diciendo. Aún con todo, desde el punto en el que me encontraba creí reconocer una cara entre la multitud. No sabía quién era ella, pero intenté seguirla mientras visitaba diferentes puestos, intentando refrescar mi memoria. ¿Quizás nos conocimos hace mucho tiempo?

No estaba acostumbrado a un entorno como aquel y navegar la muchedumbre me fue imposible. Por mucho que lo intentaba, no podía alcanzarla y siempre se alejaba más y más de mí. ¿Cuánto tiempo había estado intentando llamar su atención? ¿Habían sido minutos o quizás horas? A lo mejor yo estaba equivocado y en verdad no nos conocíamos.

La cantidad de visitantes del bazaar también parecía haberse duplicado y la marea de gente me empujaba de un lado a otro sin control. Empezaba a agobiarme. A sentirme desorientado. Exhausto. El calor al fin había empezado a hacer mella en mí y caía al suelo, desmayado.

Cuando abrí los ojos, me encontraba en una habitación pequeña y poco amueblada, a excepción de la cama sobre la que estaba tumbado, un par de estanterías, sillas y una pequeña mesa. Las persianas de las ventanas habían sido bajadas para evitar que la luz y el calor penetraran en la habitación. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Cómo había llegado hasta allí? Intenté incorporarme pero mi cuerpo no reaccionaba, mis extremidades pesaban, estaba cansado.

Desde el lado puesto de la habitación escuché como una puerta se abría lentamente, dejando entrar la brillante luz del día. Mis párpados empezaban a cerrarse, pero pude discernir una silueta femenina entrando en la habitación. Quería hablar con ella, saber su nombre, conocerla. Me esforcé cuanto pude, hasta que finalmente me quedé dormido y sólo quedó un recuerdo lejano.

Silencio. Un susurro (lo siento). Y un beso.