La gran biblioteca

—¡Este compendio sobre especies raras es increíble! —dijo Jane, emocionada—. Especialmente este capítulo sobre criaturas de las profundidades marinas.

Leo estaba de pie a su lado, viendo cómo hojeaba las páginas del libro que tenía en sus manos mientras comentaba eufóricamente cada pequeño detalle que le parecía interesante. Como descendiente de una familia noble, tenía permitido visitar la gran biblioteca cada vez que quisiera, pero su amiga era de orígenes más humildes y no tenía tanta suerte, aunque hubiera conseguido una beca y fuera la mejor de su clase en la academia del reino.

Por eso, unos días atrás, había decidido sorprenderla obteniendo un permiso especial que permitiría a Jane visitar la biblioteca tanto como quisiera. Tras mover algunos hilos, finalmente consiguió su objetivo y la arrastró muy temprano por la mañana. No hacía falta decir que Jane estaba extremadamente emocionada y sorprendida cuando descubrió que podría visitar la biblioteca.

—Podría pasarme horas aquí y no cansarme nunca —Mientras decía ésto, procedió a cerrar el libro y realizar unos estiramientos ligeros de hombros y cuello.

Leo se rió.

—Bueno, ya llevamos cinco horas aquí, así que tendré que creerte.

—¡El tiempo vuela cuando te diviertes! —dijo ella—. Todavía no puedo creer que consiguieras el permiso para que pudiera entrar. He leído tantas cosas interesantes que no sé cuál ha sido mi libro favorito hasta ahora.

De forma distraída, le dio el libro que sujetaba a su amigo y se giró para continuar explorando las estanterías mientras pensaba en voz alta.

—¿Quizás aquella guía de plantas y hierbas? Podría resultar útil para elaborar medicinas. Oh, pero también está aquel libro escrito por un artesano de otro reino sobre las características de diferentes tipos de metales y cómo trabajarlos. Por supuesto, no puedo olvidarme de las novelas, ¡me encantan las buenas historias!

Jane continuó divagando durante un varios minutos mientras ambos caminaban por varios pasillos hasta llegar a un claro donde había mesas de lectura. No habían visto a mucha gente en el interior de la biblioteca desde que llegaron por la mañana, así que no les sorprendió encontrar todas las mesas vacías.

—Bien, ¿qué opinas? —preguntó Jane, que se había detenido repentinamente.

—… Me has perdido en cuanto te has puesto a hablar de runas antiguas —respondió Leo. Cargaba con otros dos libros que Jane había cogido por el camino, pero por suerte eran bastante pequeños en comparación con algunos de los tomos que habían visto, por lo que no tenía problemas para llevarlos en un brazo.

—Un tema fascinante, sin duda —dijo Jane mientras miraba a su alrededor—. En cualquier caso, no tenías por qué acompañarme todo el día. Estoy segura de que preferirías emplear tu tiempo en hacer algo más entretenido que estar encerrado en la biblioteca conmigo.

—Ehm… Escucha —comenzó Leo—. La verdad es que yo–

—¡Ajá! —exclamó Jane—. Aún no he comprobado esa sección.

Mientras decía esto, salió corriendo hacia un cartel en el que se podía leer ‘Arquitectura antigua’.

En un instante, Leo se quedó solo en medio de la enorme biblioteca.

—Solo quería pasar el día contigo —suspiró.

Conociendo a su amiga, tardaría un tiempo en escudriñar aquella nueva y desconocida sección de la biblioteca. Leo decidió sentarse en una de las mesas de lectura vacías y empezó a hojear el compendio de especies raras que había cogido antes. No tenía muchas ocasiones para leer un libro de forma tan ociosa y sin preocuparse por otras responsabilidades. Debido a su educación en el seno de la nobleza, se esperaba de él que trabajara para convertirse en caballero de renombre, por lo que pasaba la mayor parte de su tiempo libre entrenando, tal como deseaba su familia.

—Quizás es mejor así —murmuró para sí mismo mientras cerraba los ojos y se echaba hacia atrás—. Ella será una gran erudita algún día y yo solo soy un idiota atrapado por el legado de su familia. Nunca lo permitirían… y ella se merece mucho más…

El sol vespertino entraba por una distante ventana, calentando ligeramente el área donde Leo estaba sentado, y podía sentir cómo su concienca se desvanecía lentamente mientras empezaba a adormecerse.

De repente, un par de brazos aparecieron desde detrás de la silla y, delicadamente, se cruzaron sobre su pecho mientras Jane asomaba la cabeza por uno de los laterales.

—¡Hola! —exclamó—. ¿Qué estás leyendo?

—En el nombre de… —respondió Leo, sobresaltado—. No me des esos sustos, Jane.

Esa parte de ella no había cambiado desde que eran niños. De vez en cuando, aparecía de la nada y lo sorprendía, mientras mantenía su radiante sonrisa.

—Oh, venga ya. Como si esto fuera suficiente para asustarte Sir futuro-gran-caballero —dijo ella sonriendo—. Y bien, ¿qué estás haciendo?

—Estaba intentando leer el compendio que cogiste antes, pero supongo que no soy rival para ti. Apenas puedo entender la mitad de sus contenidos —dijo Leo mientras empezaba a incorporarse en la silla—. ¿Has encontrado algo interesante por ahí?

Jane se quedó en silencio, a la par que apretaba ligeramente su agarre.

—Soy una persona horrible —murmuró—. Has hecho tantos esfuerzos para conseguir un permiso para que visitara la biblioteca y yo simplemente te he estado ignorando todo el día.

Al oír esto, Leo quedó congelado.

—No Jane, escucha. No me imp– —empezó Leo.

—Sé que no te importa —le interrumpió Jane—. Nunca te importa. Porque eres la mejor persona que conozco y siempre aguantas mi egoísmo.

—Yo… —trató de decir él, aún congelado. Pudo sentir cómo Jane había empezado a temblar.

—Y siempre deseo que estos días puedan continuar para siempre, solos tí y yo —continuó ella, sollozando—. Pero ese es mi egoísmo de nuevo. No tengo derecho a desear eso. Yo soy la idiota y tú el que merece mucho más.

Al oír esto, Leo cogió suavement las manos de Jane, aún cruzadas sobre su pecho, y susurró.

—Supongo… que ambos somos idiotas…