El festival de la cosecha

Al bajar las escaleras, Alan y Dominic se encontraron ante una gran cantidad de gente que charlaba emocionada mientras disfrutaba de su desayuno. Cuando llegaron la noche anterior, las calles parecían estar desiertas, por lo que la imagen opuesta que tenían ante ellos les resultó sorprendente. Tras inspeccionar el área vieron que su compañera, Eileen, estaba haciéndoles señas desde el otro lado de la sala.

—¡Habéis tardado, dormilones! —exclamó Eileen.

—Culpa mía —dijo Dominic mientras se acercaba, a la par que saludaba a sus compañeras—. Mis pobres piernas de académico todavía no se han hecho al trabajo de campo. Me temo que no puedo seguirle el ritmo a una exploradora experimentada como tú.

Los dos hombres se sentaron a la mesa. Alan echó un vistazo alrededor.

—La gente parece estar de buen humor. ¿Ocurre algo en especial?

—¡Buenos días, mis buenos señores! —dijo el posadero, que había aparecido de la nada. Llevaba consigo una gran bandeja con comida y café para el grupo, que empezó a distribuir cuidadosamente sobre la mesa—. Se debe al festival de la cosecha.

—¿Festival de la cosecha? —preguntó Dominic. Había aceptado la taza de café que el posadero le había ofrecido y se disponía a coger una loncha de queso y un poco de pan de uno de los platos que el hombre había depositado en la mesa.

—Ah, sí. Verán, cada año el pueblo organiza un gran festival con banquetes, música, danza y otras actividades para celebrar la abundante cosecha del año —explicó el posadero—. Es una tradición centenaria que ha ganado mucha popularidad en los últimos tiempos, así que muchos viajeros vienen al pueblo para relajarse y disfrutar.

—¡Qué agradable suena! —dijo Kaya. El posadero había terminado de repartir el desayuno y volvía a la cocina—. ¿Por qué no nos quedamos? Estoy segura de que será divertido y el descanso nos vendrá bien.

—Mala idea —dijo Alan, mientras tomaba un sorbo de su café—. Eso nos retrasaría demasiado.

—Oh, no seas así —respondió Kaya—. ¡Es la primera vez que estoy en un festival! ¿No podemos quedarnos, aunque sea un par de días?

Alan sabía que no podría convencer a Kaya por su cuenta, especialmente cuando le miraba expectante con una cara tan inocente. Se giró hacia sus compañeros en busca de apoyo. Eileen estaba devorando una tostada sin ningún tipo de preocupación, por lo que su única opción era depender de Dominic, que estaba a punto de dar un mordisco a su artesanal sándwich de queso. Esperaba que el académico no mostrara interés en una frívola celebración y estaría de acuerdo en que lo mejor que podían hacer era continuar su viaje lo antes posible.

Cuando el académico reparó en su mirada, se disculpó con una sonrisa.

—Lo siento, amigo mío. Estoy de acuerdo con nuestra compañera apotecaria. La forma en que las tradiciones se comparten a través de generaciones es un tema fascinante, por lo que me gustaría pasar un tiempo aquí y echar un vistazo para tomar notas para mi investigación.

Alan gruñó.

—Está bien… nos quedaremos.

—¡¿De verdad?! —dijo Kaya, emocionada—. ¡Iré a prepararme y os veré en la entrada para que podamos dar una vuelta todos juntos!

Mientras decía esto, se levantó rápidamente y caminó hacia las escaleras que llevaban a la habitación que compartía con Eileen.

Una vez se fue, Alan apoyó su cabeza contra sus manos encima de la mesa.

—¿Por qué es tan difícil decirle que no?

—Debes considerar sus circunstancias —dijo Eileen. Miraba fijamente el contenido de la taza que tenía en sus manos—. Siempre ha llevado una vida aislada, aunque no fuera por decisión propia. Todo es una nueva experiencia.

Hizo una pausa para beber de su taza.

—¿Qué hay de malo en complacerla, aunque sólo sea un poco? —continuó—. Además, dudo que el pueblo de Alderside vaya a desaparecer de un día para otro.

Alan levantó su cabeza y suspiró.

—Sí, lo sé.

Habiendo terminado su desayuno, y como Kaya había sugerido, el grupo se reunión a la entrada de la posada. Parecía que los ciudadanos todavía estaban ultimando sus preparativos, por lo que el festival comenzaría oficialmente al día siguiente. Tal como había mencionado el posadero anteriormente, se estaban instalando puestos de comida por todo el pueblo, así como decoraciones grandiosas en la plaza central y unas hogueras en el prado justo a las afueras del pueblo.

Tras deambular por el pueblo durante un tiempo, cada uno (principalmente debido a Kaya) decidió participar y ayudar a los ciudadanos con sus preparativos. Alan fue a ayudar a descargar y transportar cargamento de los carros que habían ido llegando a lo largo de la mañana, con cajas llenas de los productos cosechados que se utilizarían en los puestos de comida. Poco después, Kaya decidió ayudar a un grupo que estaba elaborando arreglos florales para decorar la plaza central. Sabiendo que ésta era una oportunidad perfecta para aprender de primera mano y obtener información para su investigación, Dominic decidió ayudar a montar puestos mientras charlaba alegremente con la gente que le rodeaba y tomaba notas mentales que luego plasmaría en su diario. Finalmente, Eileen pensó en hacer el mejor uso de su agilidad y se dirigió al prado para ayudar a colgar decoraciones en lo alto de los árboles que rodeaban el área en la que se localizarían una inmensa hoguera rodeada de hogueras más pequeñas.

Habían pasado varias horas. Eileen estaba en lo alto de un árbol colgando una extensa tela roja cuyo otro extremo había atado previamente al árbol que se encontraba a su lado. Una vez hubo terminado el último nudo, la exploradora secó el sudor de su frente y se giró para observar la hoguera principal. Habían despejado la hierba y puesto un anillo de piedras para prevenir que el fuego se extendiera por el prado. Cerca de la hoguera pudo ver a Alan, soltando unos troncos que transportaba, y a Dominic, compartiendo un trago con sus nuevos conocidos. Justo antes de bajar de su posición elevada, se fijó en un grupo de cuatro soldados que marchaban en dirección a Clearvale.

—Qué extraño —dijo Eileen mientras se acercaba a sus compañeros. Alan se había sentado junto a Dominic y ambos estaban tomando un trago—. Creo que he visto un pequeño grupo de soldados acercándose al pueblo.

—Sí, yo también he visto un par de pequeños grupos de soldados a lo largo del día —dijo Alan—. ¿Creéis que están aquí por el festival?

—Yo no estaría tan seguro —respondió Dominic. Había terminado su bebida y comenzó a escribir algo en su diario—. Se rumorea que están buscando a un ladrón. Al parecer, han robado un gran tesoro recientemente y se han despachado varias unidades a ciudades de todo el reino.

—Para ser un académico, sabes muy bien cómo obtener información estratégica —dijo Alan sorprendido—. De todos modos, ¿dónde está Kaya? Hace bastante que no la veo.

Eileen se sentó en la hierba frente a ellos.

—Vino hace un rato para decirme que habían terminado su trabajo en la plaza central, así que daría una vuelta por ahí.

Tras meditarlo durante un momento, exclamó.

—¡Oh! Igual ha ido a aquella colina. Antes he escuchado a alguien decir que las vistas desde el mirador que hay en lo alto son asombrosas.

Señaló hacia una colina cercana que se alzaba sobre la pradera en la que se encontraban. Había una cuesta que trepaba hasta la cima, en la cual se podían discernir varias vallas de madera.

—Supongo que no estaría de más comprobarlo. ¿Alguien viene? —preguntó Alan.

—No, lo siento —dijo Eileen mientras se tumbaba—. Estoy agotada de tanto trepar a los árboles y creo que voy a quedarme aquí un rato. ¿Qué hay de ti, Dom?

—Van a encender las hogueras pequeñas en un poco, así que prefiero quedarme y hacer anotaciones —respondió sin levantar la mirada de su diario.

—Como queráis —dijo Alan. Comenzó a caminar hacia la colina. El sol empezaba a ponerse y, como Dominic había mencionado, pudo oír cómo la gente hacía preparativos para encender las hogueras.

Tardó un par de minutos en subir la colina por la cuesta. Mientras lo hacía, el murmullo de la gente junto a las hogueras comenzaba a desvanecerse y sólo quedaba el sonido de la hierba y los árboles movidos por la ligera brisa de la tarde. Una vez hubo llegado a la cima, encontró el mirador que Eileen había descrito, rodeado de vallas de madera por seguridad. Apoyada sobre una de estas vallas encontró a Kaya, mirando de forma distante a la gente de abajo, su túnica hondeando suavemente por el viento.

—Kaya, ¿estás bien? —la llamó Alan. Se acercó hasta inclinarse sobre la valla junto a ella.

Sin mirarle, le respondió.

—Sí… estaba pensando en algo —había un matiz de tristeza en sus palabras—. Me pregunto por qué el resto del mundo no puede ser tan feliz y pacífico como este pequeño pueblo en este mismo momento. En el mundo siempre hay alguien tratando de robar poder por su propio beneficio y para usarlo contra aquellos que se opongan. ¿Pero aquí? Nada de eso importa. Gente de todas partes se reúne para disfrutar de la vida al máximo, sin importar quiénes son o de dónde vienen.

Alan miró a lo lejos.

—Lo siento, supongo que el mundo no es lo que esperabas —dijo.

Tras un breve momento de silencio, Kaya se incorporó y se dio la vuelta para marcharse.

—No, lo que me preocupa es que es exactamente como esperaba.

Con esas palabras, comenzó a descender de la colina para unirse a la gente junto a las hogueras, ahora encendidas.


Llegó la mañana. El festival parecía estar en pleno apogeo y podían escucharse música y vítores por todo el pueblo. La noche anterior, Eileen, Kaya, Alan y Dominic se habían unido a la celebración junto a la hoguera y compartieron bebidas, historias y unos bailes un tanto torpes con la gente a su alrededor. Regresaron a la posada justo después de medianoche para descansar lo suficiente para el día siguiente.

Eileen bajó por las escaleras y se acercó hasta la mesa en la que dos de sus compañeros estaban sentados. Alan estaba bebiendo un café tranquilamente, mientras que la cabeza de Dominic estaba sobre la mesa.

—¿Qué pasa, Dom? ¿No puedes soportar un poco de bebida? —dijo ella riéndose.

—¿Por qué literalmente todo en este plano de existencia tiene que hacer tanto ruido? —se quejó Dominic.

—Creo que nuestro amigo académico ha tomado demasiadas bebidas —sonrió Alan—. Oye, ¿dónde está Kaya?

Eileen se sentó frente a él y cogió un trozo de pan.

—No estaba en la habitación cuando me he despertado, así que imaginaba que estaría aquí con vosotros.

—Quizás ya está en el festival. Ayer parecía estar muy emocionada —alcanzó a decir Dominic sin levantar la cabeza.

En ese momento, Alan recordó su conversación en lo alto de la colina y empezó a sentirse inquieto. Dejó su taza sobre la mesa y se levantó.

—Creo que yo también voy a echar un vistazo al festival —dijo.

—¡Genial! Nos uniremos a ti una vez haya terminado el desayuno y Dominic se sienta mejor —dijo Eileen. Dominic levanto lentamente una de sus manos con el pulgar extendido a modo de respuesta.

Las calles estaban repletas de gente, complicando la tarea de atravesar el pueblo sin andar chocándose continuamente con alguien. Alan se preguntó dónde podría haber ido Kaya y decidió buscarla en los lugares que habían visitado, y ayudado a montar, el día anterior. Acudió a los puestos de comida, rebosantes de productos locales y platos caseros. Nada. Entonces, a la plaza central donde había gente bailando al son de alegres melodías tocadas por un grupo de bardos ambulante. Nada. Después, fue a la plaza del ayuntamiento, donde se estaba realizando un espectáculo de marionetas para los niños. Ninguna señal de ella.

Había pasado más de una hora y todavía no había encontrado rastro alguno de la apotecaria. Recordando las ominosas palabras de su compañera, su inquietud creció todavía más.

—Un momento, eso es —murmuró—. Seguramente haya ido a aquella colina.

Justo cuando se disponía a abandonar la plaza del ayuntamiento, Alan se detuvo abruptamente. Algo no iba bien. De repente se dio cuenta de algo obvio, algo que su mente había ignorado completamente hasta ese momento debido a su urgencia por encontrar a Kaya. Se había dado cuenta de los soldados. Había muchos soldados patrullando el pueblo, muchos más de los que había visto el día anterior. Un grupo en particular llamó su atención: había un capitán entre ellos y marchaban hacia el ayuntamiento acompañados del ayudante del alcalde.

Intentando no llamar la atención, Alan hizo un giro a la derecha y entró en un callejón que rodeaba el ayuntamiento y conectaba con otras calles residenciales menores. Tras una breve búsqueda, encontró una ventana abierta sobre un conjunto de cajas apiladas, que indudablemente habían contenido las decoraciones para el festival en algún punto. El hombre se agachó debajo de la ventana, escondiéndose entre las cajas, y escuchó la conversación entre el alcalde y el capitán.

—¿Está seguro de esto? —preguntó el alcalde. Parecía agitado—. ¿Un criminal recorriendo nuestras calles?

—En efecto. Llevamos buscándole un tiempo y, según nuestras fuentes, está aquí en este mismo momento. Probablemente intentando pasar desapercibido entre la gente que asiste al festival —informó el capitán.

—¡Entonces debemos avisar a la gente cuanto antes! ¡Pedirles que se queden en sus hogares hasta que el asunto esté resuelto! —exclamó el alcalde.

—Le recomendaría no hacer eso —respondió calmadamente el capitán—. No queremos alertar a esta persona de nuestras intenciones. Los hechiceros son una fuerza a tener en cuenta, especialmente éste. Después de todo, hay que recordar que ha robado un artefacto de la tesorería del reino sin ninguna ayuda. Sólo tiene que saber que si no conseguimos encontrarle, tendremos que tomar una serie de medidas más… drásticas, por la seguridad del reino.

Tras una breve pausa, el alcalde respondió.

—Entiendo. Mi gente colaborará en todo lo que pueda, se lo garantizo.

El capitán se levantó de su silla y se dispuso a marcharse.

—Eso espero, por su bien.

Alan estaba estupefacto. Si lo que había oído era cierto, el pueblo no era un lugar seguro. Un enfrentamiento entre un hechicero tan peligroso como el que habían descrito y los soldados podría ser fatal para cualquiera que se encontrara en medio. Además, temía pensar lo que el capitán y sus hombres harían el pueblo si las cosas no salían como esperaban. Probablemente lo tratarían como daño colateral y quemarían el pueblo con el hechicero dentro, todo en nombre de la justicia.

—Tenemos que irnos ahora mismo —murmuró.

De repente, un leve gorjeo le sorprendió. Miró a su alrededor y vio un pequeño pájaro en lo alto de las cajas que había a su lado. No sabía cuánto tiempo llevaba el pájaro allí, pero parecía estar mirándole directamente a él y, aunque intentó ahuyentarlo, el pájaro se quedó en el mismo sitio, observando. Entonces, se giró lentamente y pareció estar mirando en la dirección de la entrada principal al pueblo, para después volver a girarse para mirar a Alan. Después de un par de segundos, echó a volar.

El hombre se levantó lentamente y, sin saber por qué, siguió al pájaro como si sintiera la obligación de hacerlo.

El pájaro le guió por calles que no estaban tan llenas de gente e incluso le esperó cuando tenía dificultades para seguir el ritmo del ave. Pasaron varios minutos y, como había anticipado, habían llegado a la entrada del pueblo. Había varias personas comiendo y bebiendo cerca de las hogueras pero, mientras que Alan esperaba que el pájaro fuera en esa dirección, en su lugar voló hacia la colina que había visitado la tarde anterior.

Preocupado por lo que encontraría en la cima, comenzó su ascenso. Cada paso que daba le resultaba maś y más pesado, como si algo dentro de él le estuviera gritando para que no continuara, para que simplemente huyera de allí. Al igual que la vez anterior, una ligera brisa, y sus pasos en el camino, eran el único sonido a su alrededor. A medida que se acercaba a su destino, la inquietud crecía.

Tres pasos. Dos pasos. Un paso. Había llegado a la cima, pero no se atrevía a levantar la mirada de sus pies. Una vez se sintió preparado, levantó la cabeza y buscó el gorjeo del pájaro al que había seguido. Estaba descansando sobre la mano de otra persona.

Kaya.

Estaba acariciando cuidadosamente las plumas del ave con su otra mano. Lentamente, se giró hacia Alan, con la misma expresión que había mostrado el día anterior.

—… ¿Kaya? —preguntó Alan.

Ella miró de nuevo al pájaro.

—Podemos establecer un vínculo temporal con algunos animales, pedirles que sean nuestros ojos y oídos —Kaya extendió su brazo lentamente y el pequeño pájaro echo a volar, para nunca regresar—. Así que me han encontrado.

—¿A ti? No, eso no puede ser… —dijo Alan—. ¡Decían estar buscando a un hechicero muy peligroso!

—La verdad puede ser deformada. La gente cree lo que está dispuesta a creer —respondió ella. Una vez más, miró a la distancia—. Fui una ilusa al creer que podría irme sin consecuencias. Solo por estar aquí estoy poniendo a todos en peligro. A ti, a Eileen, a Dominic, a este pueblo… No puedo seguir huyendo.

Alan dio un par de pasos al frente.

—Kaya, ¡no lo entiendo! ¿Qué está pasando? ¿Quién eres?

Continuó acercándose y sintió como sus fuerzas le fallaban y caía de rodillas. Podía sentir que la cabeza le daba vueltas y su visión se enturbiaba, mientras Kaya se giraba hacia él con su mano izquierda extendida.

—Nunca me han gustado las despedidas —murmuró ella.

—Kaya… espera…

Aunque intentó resistir, Alan cayó en un profundo sueño mientras su cuerpo caía completamente al suelo. La última cosa que oyó antes de perder el conocimiento fue una voz llena de tristeza en la distancia.

—Lo siento.


Cuando Alan se despertó no sabía cuánto tiempo había pasado. Estaba desorientado y todavía no había recobrado todas sus fuerzas. Tras conseguir ponerse en pie, echó un vistazo a su alrededor y observó que el tiempo había empeorado. Aunque había hecho un día cálido y soleado, unas nubes oscuras cubrían ahora el cielo y una tormenta crecía en el horizonte. Cuando su mareo hubo disminuido, el hombre empezó a caminar lentamente en dirección a la posada.

Debido al repentino cambio en el tiempo, no había tanta gente en las calles del pueblo. Pero aún más importante, no había visto ningún soldado.

—¿Qué has hecho? —murmuró para sí.

Finalmente llegó a la posada y subió directamente las escaleras hacia su habitación. Pretendía reunir su equipamiento y salir en busca de Kaya una vez más. Sin embargo, cuando abrió la puerta encontró a sus otros dos compañeros dentro, sin una fuente de luz más allá que la ventana abierta. Dominic estaba sentado en una silla con los brazos cruzados y le miraba con una expresión sombría. Eileen estaba inclinada sobre el marco de la ventana, mirando hacia fuera.

—Has tardado —dijo Eileen. La seriedad en su tono de voz no era nada característica de ella.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Alan.

—Se la… se la han llevado. Era a ella a quien buscaban los soldados —explicó Dominic.

Cayó el silencio en la habitación mientras cada uno organizaba sus pensamientos.

—Tenemos que ayudarla —dijo finalmente Alan.

—¿Por qué? —preguntó Dominic.

—¿Cómo que por qué? —respondió Alan—. ¡No podemos dejar que se la lleven sin más!

—¿Incluso después de que nos mintiera? —preguntó Eileen. Seguía dando la espalda a sus compañeros, pero Alan se fijó en que le temblaban ligeramente los hombros—. Pensadlo. ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Por qué tendríamos que arriesgarlo todo para ayudarla?

—Nada de eso importa —dijo Alan, dando un paso dentro de la habitación. En ese momento recordó las últimas palabras que le dijo Kaya—. La gente cree lo que está dispuesta a creer. Y yo estoy dispuesto a creer que es nuestra amiga y que no hay forma de que sea el ser malvado que los soldados aseguran que es.

Eileen asintió y se giró para mirarle.

—Bien, ¿entonces a qué esperamos?

Pasó al lado de Alan y desapareció por la puerta.

Dominic también se levantó y ajustó su bolsa sobre su hombro. Cogió la espada de Alan y se la ofreció, mientras le daba una palmada en el hombro.

—Vamos, amigo mío. Nuestra compañera nos necesita —dijo salía por la puerta para a seguir a Eileen.

Alan echó un último vistazo fuera de la ventana. Se podían ver relámpagos en la distancia y pronto llegaría la lluvia.

—Sí, vamos —dijo dándose media vuelta para seguir a los demás.