Las olas

  • 2023-04-30 22:29
  • ren

—Gracias por acceder a hacer esto, Sr. Leister —dijo la cara en la pantalla. El hombre, que no podía ser mucho mayor que yo, organizó sus papeles y se quitó las gafas para mirarme directamente.

—Por supuesto —respondí—. Por favor discúlpeme por atenderle desde mi cama, pero estos días me cuesta un poco moverme.

—¡En absoluto! Sé que todavía se está recuperando en el hospital, de ahí mi sorpresa inicial cuando respondió a mi email. De hecho, podemos posponer la entrevista hasta que se haya recuperado.

Muchos periodistas se habían puesto en contacto conmigo tras el incidente, aunque no tenía ni la más remota idea de cómo había obtenido mi número personal o mi dirección de email. Todos ellos mostraron el mismo discurso, actuando cercanos y amigables, pero en las líneas que me escribían siempre podía sentir su egoísmo. Todos querían la misma cosa. Querían una historia. Una entrevista que sirviera para impulsar su carrera, o eso pensaban.

Rechacé a todos de inmediato, excepto a uno. El hombre que me estaba llamando desde lo que asumía era el despacho en su casa, un periodista llamado James Gustin. Su correo no parecía ocultar segundas intenciones: quería compartir lo que había pasado con el resto del mundo, no para obtener un premio, sino como advertencia.

—No se preocupe —dije finalmente—. ¿Qué es lo que querría saber?

—Bueno —dijo él. Inspeccionó sus extensas notas mientras se acercaba un cuaderno y cogía un bolígrafo—. ¿Por qué no empezamos por el principio? Cuénteme qué le llevo a aquellas costas.


Mi novia Bellinda y yo llevábamos un tiempo queriendo hacer un viaje, los dos solos. Debido a nuestros trabajos un tanto exigentes, siempre nos resultaba complicado ajustar nuestras agendas para planificar algo por el estilo. Sin embargo, por un golpe de suerte, conseguimos tomarnos una semana libre cada uno justo después del comienzo de la primavera. Finalmente íbamos a poder dejar a un lado todo nuestro trabajo durante una semana para pasar una semana juntos.

Había varias opciones que habíamos estado mirando, pero Bellinda estaba empeñada en ir a la playa. “¡Para disfrutar del sol, el mar y no hacer nada durante una semana!”, solía decir. Siendo completamente sincero, no me importaba demasiado cuál fuera nuestro destino y estaba un tanto distraído. Llevaba un tiempo planeando pedirle matrimonio, así que el viaje era la oportunidad perfecta que había estado esperando. Cuando acordamos un destino, rápidamente compramos los billetes de avión y reservamos una habitación en un hotel cerca de la playa, para sellar el trato.

También echamos un vistazo a algunas actividades que podríamos llevar a cabo allí, si es que sentíamos la necesidad de hacer algo más que relajarnos. Una tarde estábamos sentados en el sofá, cada uno buscando información en nuestras respectivas tablets.

—Mmm y qué tal… ¿buceo? —preguntó Bellinda. Estaba mirando un folleto del hotel—. ¡Estoy segura de que sería divertido y las aguas en esa zona son cristalinas!

—La verdad es que es algo que siempre he querido probar al menos una vez, pero creo que primero hace falta recibir algún tipo de formación en el hotel.

—Oh, ¡mira esto, Ryan! También hacen actividades en la piscina del hotel. Como aqua-gym, aqua-yoga, aqua-baile… —me dio un par de golpecitos con el codo mientras me miraba con una sonrisa traviesa.

Por mi parte, la miré con una cara muy seria.

—Te estás burlando de mí —dije, mientras con cuidado movía su largo cabello oscuro a un lado para besarla.

—¿Has encontrado algo interesante por tu lado? —preguntó.

—Nada que no hayas encontrado tú antes. Eres demasiado buena haciendo búsquedas.

Pero yo había estado buscando otras cosas. En particular, intentaba buscar el sitio perfecto para declararme, algo romántico y tranquilo.

Pasó el tiempo y finalmente llegamos a nuestro hotel. La temperatura y humedad eran tan diferentes a lo que estábamos acostumbrados que ambos estábamos deseando ponernos nuestros bañadores, los cuales parecían mucho más cómodos y apropiados para aquel clima.

—¡Buenos días y bienvenidos! —nos saludó una mujer desde la recepción—. ¿En qué puedo ayudarles?

—¡Hola! Teníamos una reserva a nombre de Ryan Leister —dijo Bellinda.

La señorita empezó a escribir en su ordenador y rápidamente abrió una ventana con los detalles de nuestra reserva.

—Ah, aquí está. Una habitación para una semana, ¿verdad? Me temo que la habitación no estará lista hasta dentro de una hora. Si lo desean, pueden dejar su equipaje con nosotros y proceder a almorzar en el restaurante.

Accedimos y nos dirigimos al restaurante, tomando una mesa en la zona de terraza. Era un restaurante estilo buffet, así que tras inspeccionar los diferentes mostradores, cada uno cogimos un plato y lo llenamos con las cosas que más nos llamaban la atención. Cuando llegamos a nuestra mesa, pude oír a la familia que estaba en una mesa cercana hablar sobre el clima tan extraño que había tenido durante un par de días. Me pareció entender algo sobre nubes negras y una repentina bajada de temperatura, pero solo durante un tiempo breve.

No le presté demasiada atención pero, en retrospectiva, quizás debí haberlo hecho.

Tras terminar el almuerzo, tal como nos habían prometido, nos dieron la llave de nuestra habitación. Cuando abrí la puerta, nos recibió el olor a sábanas limpias con una pizca de sal marina. La cama era tan grande y parecía tan blanda, que no pude evitar dejarme caer sobre ella con todo mi peso. Cerré los ojos.

—Oh no, ¡de eso nada! —dijo Bellinda—. Tenemos que ir a la playa.

—Sólo una pequeña siesta… ¿Por favor?

Como respuesta a mis ruegos, me lanzó mi bañador a la cara, indicando que no había forma alguna de salirme con la mía. No obstante, sabía perfectamente que ella había estado deseando venir a la playa, así que me cambié sin queja alguna. Después de aplicar crema solar, coger nuestras toallas y un libro cada uno, nos dirigimos a la zona de playa delante del hotel.

Al parecer, cada hotel tenía designada un área en la que habían instalado hamacas bajo algunas sombrillas para uso exclusivo de sus clientes. Para llegar hasta ella, simplemente tuvimos que salir por una puerta cerca del bar de la piscina y cruzar una pequeña carretera por la que apenas circulaba ningún vehículo. La brisa del mar era refrescante, especialmente después de haber pasado tanto tiempo encerrados en nuestras respectivas oficinas.

No nos llevó mucho tiempo encontrar un par de hamacas disponibles. Nos tumbamos sobre nuestras toallas y comenzamos a leer durante un rato. Es importante recordar que acabábamos de disfrutar de una copiosa comida, por lo que ninguno sentíamos ganas de lanzarnos al agua todavía. Sin embargo, eso también implicaba que, tras diez minutos o así, apenas podía mantener mis ojos abiertos. Mi mente comenzó a alejarse.

Soñé. Soñé que estaba solo, sin Bellinda. Soñé que perdía todo lo que teníamos juntos.

Me desperté, respirando de forma acelerada y sin saber cuánto tiempo había estado dormitando. Pero cuando me giré hacia donde Bellinda había estado anteriormente, lo único que vi fue su toalla y su libro. Me levanté y la busqué frenéticamente por la costa con la mirada, sin resultado. Hasta que escuché una voz detrás de mí.

—¿Ryan? ¿Estás bien? —Bellinda, que había ido al bar del hotel a por un par de bebidas para nosotros me miraba con preocupación.

—Sí, lo siento… Ha sido sólo un mal sueño.

Al volver a sentarnos, mientras abríamos las bebidas que había traído, nos dimos cuenta de que la luz del sol había comenzado a desvanecerse y, en su lugar, nubes negras se habían hecho con el claro cielo azul que habíamos estado disfrutando hasta ese momento. Eran tan oscuras que casi parecía como si la noche hubiera llegado antes de lo esperado. La gente a nuestro alrededor murmuraba. Distraídos por el cielo, ninguno reparamos en el mar hasta que era demasiado tarde.

Alguien gritó mientras una ola de cuatro metros se acercaba a gran velocidad. Instintivamente me giré hacia Bellinda y la agarré en un intento de protegerla, mientras me preparaba para el impacto. No tardó mucho. La ola rompió sobre nosotros, tirándonos al suelo y arrastrándonos de forma descontrolada. Cuando noté que la presión del agua había desaparecido, abrí los ojos para asegurarme de que Bellinda no estaba herida.

—¡¿Bel?! ¡¿Bel?! ¡¿Estás bien?!

Me miró, pero no tuvo tiempo de responder. Alguien volvió a gritar y supe que se acercaba otra ola. Me preparé de nuevo.

Rompió otra ola. Y otra. Y otra.

En algún momento, mientras las olas nos arrastraban, me fallaron las fuerzas y no pude seguir aferrándome a Bellinda. Intenté llamarla, gritar, pero el agua me había atrapado. Estaba mareado y lo último que vi antes de perder el conocimiento fue a ella alejándose de mí.


—Cuando finalmente desperté, me encontraba en la UCI —expliqué—. Tuvieron que pasar varios días antes de que me subieran a planta. La doctora Anne Morand, que estaba a cargo de mi seguimiento, dijo que había sufrido un extenso daño en la espalda y que me llevaría mucho tiempo recuperarme, aunque probablemente nunca me recuperara por completo.

James me miró con simpatía.

—Lamento oír eso.

Suspiré y sonreí levemente, después me giré a mirar a la otra cama que había junto a la mía en aquella habitación de hospital. Sobre ella, una mujer con largo cabello oscuro dormía profundamente, sus manos sujetando un pequeño libro sobre su pecho. Las vendas cubrían la mayor parte de las magulladuras en su cuerpo y llevaba un simple anillo en su mano derecha.

—Si únicamente éste es el precio que tengo que pagar —dije—, entonces ha merecido la pena.